Entrevista a Francisco Mouat

Historia de pasión editorial

Vivian Lavín conversó con el periodista, escritor, editor y librero Francisco Mouat sobre su vocación librera y su trabajo en Librería Lolita

Periodista, escritor, editor y librero ¿algo más? Sí, fanático del fútbol. Francisco "Pancho" Mouat dueño de Librería Lolita y editor en Lolita Editores nos viene a contar su experiencia en los distintos frentes de la industria editorial y de paso develar ciertos misterios como el por qué del nombre Lolita y cuál fue (es) la colección que, literalmente, le "salvó el pellejo".

¿Lolita Editores cuántos años tiene?

Cinco años y medio desde que publicamos el primer título y ya estamos próximos a reunir 50 títulos.

Me gustaría que partiéramos por lo difícil y lo difícil creo que es cómo sobrevivir en el negocio del libro en Chile. ¿Cómo ha sido este emprendimiento editorial y de qué manera han podido sortear lo difícil que es cuando no se tienen esas compras millonarias del Estado a favor?

No hay que pensar en eso, hay que pensar en que, finalmente, ese libro que tú editas se encuentre con sus lectores y pueda sobrevivir sin apoyos especiales, solo con la natural cadena del libro que es sacar un buen libro, ponerlo en circulación e intentar que haya lectores que logren sustentarlo económicamente. El proyecto Lolita nace en 2010 y nace con un libro de poesía Luna en Capricornio de María Inés Zaldívar. Fue como un modo de decir: “En realidad queremos a los libros y debutamos con un libro de poesía que sabemos que se vende poco, en general, en Chile” y en ese momento hicimos algo que funcionó, aparte que teníamos un muy buen libro entre manos. Fue crear una base, una legión, un club de amigos de Lolita que sustentara ese primer título. Nosotros creamos Lolita con 200 mil pesos. Ese fue el capital inicial de este proyecto editorial y esos 200 mil pesos, más el aporte de 200 o 300 amigos, personas cercanas, que compraron en verde el libro de la María Inés, ayudó a echar a correr la pelota. Yo tenía a mi favor el hecho de que todos mis libros ya habían vuelto a mí en términos de derechos autorales, por lo tanto,  traspasé todos mis libros publicados, todo el catálogo de nuevas ediciones de esos títulos, a Lolita.

Libros tan vendidos como El empampado Riquelme

El empampado Riquelme, Chilenos de raza. Esos dos títulos ayudaron al fondo del proyecto. Pero en el arranque también nos equivocamos. El primer año publicamos tres libros pero en 2011 nos entusiasmamos y en 2012 también y cada año publicamos 12 títulos, lo que fue excesivo, fue muchísimo y nos puso en una situación complicada.

La idea de estas Conversaciones es poder visibilizar un trabajo que es muy escaso, es casi excéntrico tener un amigo editor de libros. En un país con una cultura un poco más desarrollada, más densa, esto no sería raro pero, claramente, quienes estamos en ese mundo hoy día somos esos personajes un poco exóticos. Y por eso te pregunto: ¿Cómo va a ser tanto 12 títulos cuando nosotros vemos que las editoriales trasnacionales publican eso en 15 días?

Sí, yo fui, y me hago responsable, víctima de mi propio entusiasmo. Nosotros teníamos, en ese minuto, la oportunidad y la posibilidad de acercar autores que nos gustan a lectores y, claro, publicamos, en los primeros años, libros de Juan Villoro, de Alberto Salcedo Ramos, de Jorge Coahuila, un peruano a quien yo conocí en una selección de entrevistas a Julio Ramón Ribeyro, por citarte algunos autores extranjeros que se sumaron a nuestro catálogo. Incorporamos a Agustín Squella con una saga de ensayos que fue muy interesante. Yo aporté mis libros, Tito Matamala aportó algunos de él como La noche de los muertos vivientes, una selección de crónicas a partir del terremoto que afectó a Concepción, la ciudad donde vive Tito. Recuperamos Equipaje de mano, un título de Juan Pablo Meneses. Fuimos haciendo un catálogo que nos gustaba mucho, que nos entusiasmaba, pero ese entusiasmo nos pasó la cuenta en el sentido de que un sello pequeño, independiente, que está recién abriéndose, tiene que ir con mucho cuidado. Y la experiencia nos enseñó que teníamos que bajar la cantidad de títulos por año para hacerlos, también, con el cuidado y la dedicación que se merece un libro.

¿Quiénes son ese “nosotros”?

Lolita editores es un proyecto que, hoy día, involucra a mi mujer, Soledad Barrios, a mi hija mayor Antonia Mouat, a su pareja, Alejandro Palma, a la diseñadora Francisca Toral, a quien conocí cuando trabajaba en Ediciones B y, desde ese entonces, ella es la diseñadora de Ediciones B, de los libros de la editorial Alberto Hurtado y de Lolita. Además, hoy día, se sumó Macarena Mallea, que nos ayuda en labores de edición al igual que Antonia. Y eso es el equipo de Lolita, somos un grupo muy pequeño.

¿Es una empresa familiar, entonces?

Sí, familiar porque da el caso de que la Solcita, la Antonia y el Ale están vinculados al mundo de los libros y, hoy día, están comprometidos con nuestro proyecto. Pero tiene que ser así a escala pequeña, ambiciones modestas que nos permitan, en ese sentido, hacer viable el proyecto. Nosotros no tenemos otra pretensión que viabilizar el sello. No tenemos ni la intención de convertirnos en un referente en Chile o América latina ni ir a congresos. No formamos parte de ninguna agrupación de nada y no porque desconfiemos de ellas sino simplemente porque entendemos que nuestro proyecto es algo muy personal, muy propio, muy autónomo y queremos conservar, en ese sentido, toda la independencia del caso. Igualmente vamos a la Furia del libro y ahora que nuestro distribuidor, que es Hueders, tiene stand en alguna feria, nosotros estamos en su stand y ese es nuestro canal.

Cuando tú decías: “Nos entusiasmamos” nos podemos imaginar el escenario, uno en que las deudas eran más que los ingresos y las ventas de los libros, que ya eran más de 20, no estaban condiciéndose con la cantidad que se estaba imprimiendo. Ahí Pancho Mouat dice: “¿Qué hacemos? Bueno, el fútbol”

En 2013 creamos una colección que, en ese minuto, llamamos Amor a la camiseta y se trataba de que escritores, hinchas de un determinado equipo, escribieran el libro de su equipo en clave “Soy de...”. El primer año, en 2013, publicamos Soy de la Unión de Patricio Hidalgo Goróstegui; Soy de la U que lo escribí yo; y Soy del Colo de Esteban Abarzúa. Y yo te diría que esa colección, después de haber estado cinco o seis meses sin haber publicado nada, justamente, para sanear operacional y financieramente la editorial, fue una gran decisión a la luz de los hechos porque esos libros nos dieron circulación de nuevo, nos dieron visibilidad en términos editoriales y, además, nos dieron para sanear y, de alguna manera, apostar de nuevo por títulos.

Me gustaría que nombraras toda la colección.

En 2014 seguimos con Soy de Wanderers y de Valparaíso de Agustín Squella; Soy de la Católica de Diego Zúñiga, un magnífico escritor; No soy de ningún equipo, un ensayo estupendo de Cristóbal Joannon. Después, a fines de 2014, Soy de Cobreloa de Carlos Vergara y ahora acabamos de salir con el último, del periodista Antonio Martínez, Soy de Everton y de Viña del Mar, un estupendo libro. Además, la idea es que esta saga no solo convoque al que le gusta el fútbol, que es su primer lector, sino también al lector interesado en buenos textos que combinen fútbol y literatura. Yo creo que la gracia de esta colección es esa, que no tienes que se hincha de Everton para leer con agrado el Soy de Everton y de Viña del Mar de Antonio Martínez. No tienes que ser de la U para conectarte con mi libro de la U y puedes, incluso, conectarte sin que te guste el futbol con el ensayo de Cristóbal Joannon que es muy entretenido, muy gracioso y muy lúcido.

Pancho Mouat es puros afectos. De partida, su amor, su pasión por el fútbol, lo convierten en uno de los periodistas chilenos más destacados, uno de los Tenores, pero cuando digo afectos me refiero a que cuando supe por primera vez que venía una editorial Lolita y luego veo el logo y era un perro dije: “A ver, perdón, algo me está pasando, porque pensé que era por Navokov” Y no, es una perrita, y hay una historia muy linda detrás, de esta pastor alemán con la que, aunque estuviste poco tiempo, tu familia creó un lazo impresionante y le has rendido un homenaje editorial.

Sí, le debemos a mi hija Antonia el que haya bautizado a nuestra pastora como Lolita. Estuvo un año no más con nosotros. Las circunstancias de la vida la llevaron a vivir a una parcela en Pirque. Tuvo una muy buena vida afortunadamente. Y ya Lolita desaparecida de la faz de la tierra, pero muy viva en nosotros, cuando hubo que pensar en un nombre para el sello editorial pensamos en Lolita, como un modo de mantenerla viva. Parecía que había como un juego ahí. La expresión Lolita, además, me parece un buen nombre. Un nombre entre encantador, simpático, curioso y, claro, que provoca esa asociación con Navokov que nosotros siempre nos encargamos de desmentir. Y cuando hubo que pensar en la librería no hubo ninguna duda. Es decir, claramente, era la extensión del sello, del proyecto que habíamos iniciado en 2010 y por eso la librería también se llama Lolita y por eso la imagen de Lolita, un logo que creó una diseñadora, la Berni Espinoza, y que es muy fiel, además, a lo que era nuestra Lolita. Es un modo maravilloso de tenerla presente y que permanezca en las portadas de los libros, en los lomos y también en el letrero y en todo lo que tenga que ver con nuestro proyecto de la librería que es muy potente.

¿Cómo y por qué deciden crear una librería? ¿Por qué en ese espacio? ¿De qué manera esa librería les ha cambiado la vida?

Nos ha cambiado la vida en varios sentidos y yo creo que ha sido la profundización de un proyecto que iniciamos con el sello. Ahora, si tú me preguntas, cuando tenía 40 años – hoy tengo 54- si algún día iba a ser librero e íbamos a tener una librería yo te hubiera dicho: “No tengo idea”. Es decir, en ese minuto no estaba en el imaginario pero los libros sí, siempre. La creación de una biblioteca, el ir armando tu propia biblioteca, el ayudar a que tus hijos vayan creando la suya. Uno vive rodeado de libros, por lo menos mi caso de joven, y son quizás uno de los grandes temas de mi vida. Los libros han estado ahí siempre. Ahora, otra cosa es ser librero, proyectar una librería y convertirla en el lugar donde vas a desarrollar o desplegar buena parte de tu vida cotidiana. Yo vivo en la librería de la mañana a la noche. Me ausento a la hora de almuerzo para ir a la radio ADN, al programa, y hago talleres de lectura, de 19 a 21 horas, cuatro días a la semana, tengo turnos fin de semana por medio, abrimos sábado y domingo, porque, además, en ese barrio es muy importante el fin de semana.  Pero ¿cuándo ocurre lo de la librería? Ocurre por una coyuntura. Es decir, algo hay dentro tuyo que puede germinar pero una amiga, después de que fue despedida y estaba pensando en qué hacer, me dice: “Oye, he estado pensando en armar una librería ¿qué opinas de eso?” Y yo le dije: “Bueno, hagámosla” Y en el primer imaginario ella se sube a ese proyecto pero después no sigue y me quedo solo. Solo pero con el soporte de mi mujer, mi hija y mi entorno y con los talleres que yo ya hacía hace unos años. De alguna manera, sentí, de parte de todo ese afecto que te rodea, el impulso para ir. Fue esta amiga la que vislumbró ese local de República de Cuba con Pocuro. Ese local estaba ahí y se iba a ir a remate. No sabían si se iba a arrendar o no. Cuando lo fuimos a ver era una fábrica de guantes industriales. Un local muy venido a menos, muy damnificado pero muy interesante en términos de potencial. Bueno, las circunstancias hicieron que pudiéramos arrendar ese local y convertirlo en lo que es hoy, el proyecto de Lolita. Trabajamos muy duro para ese proyecto pero con mucha cabeza, con mucha energía y convicción. Cuando nos preguntaban qué estudio de mercado hice para instalar la librería ahí, porque les parecía una locura que hubiera una ahí, yo les decía que sí, que sí había hecho un estudio de mercado y que ese estudio de mercado en realidad estaba en mi estómago. Es decir, el saber y sentir que eso era posible, que ya habíamos hecho un camino. Uno ya ha hecho un recorrido. Esto no es algo que improvisaste ni algo que pensaste para ganar unas lucas. No, esto era un proyecto que estaba muy de la mano con el proyecto editorial, muy de la mano con los talleres que yo venía haciendo hace muchos años y que, de alguna manera, se trasladaron ahí. Nuestro local tenía que ser un lugar donde yo pudiera hacer los talleres y da el caso de que nuestra librería tiene un subsuelo interesante donde, efectivamente, los podemos hacer. Entonces, al final, era pensar Lolita como un espacio, un lugar donde pudiéramos proyectar películas, donde pudiéramos hacer presentaciones de libros, donde el libro estuviera en el centro y fuera un espacio de encuentro entre personas que les interesa, en general, el arte, el pensamiento, la cultura, la diversidad, la conversación. Eso es Lolita. Por eso, yo creo, desde que abrimos la librería, abrimos las puertas y algo pasó que hubo una sintonía con el barrio que nos ha apoyado. Ha sido muy lindo lo que ha pasado ahí. Yo celebro al barrio que ha acompañado y apoyado a Lolita.

¿Tú tuviste una librería cerca de tu casa cuando pequeño?

Yo tenía la librería tipo bazar cuando chico, cerca de la casa. La de don Marcos, donde uno iba a comprar los cuadernos, los lápices y las pelotas de plástico. Pero una librería como tal, no. Uno tenía que ir al centro.

¿Tuviste algún librero que te haya inspirado?

Mira, mis primeros libreros, cuando yo era estudiante, eran de libros usados. Yo iba ahí, cerca de la escuela de Beauchef, de ingeniería, iba a San Diego. Iba a los clásicos lugares porque era el presupuesto que tenía.  De repente te ibas con 20 o 30 libros usados, más baratos. Después, por supuesto, hubo librerías de las que yo fui cliente asiduo como por ejemplo, Metales Pesados. Pero mi último librero amigo, al que lamentablemente para él dejé de comprarle libros, fue Joan de la librería Takk. Esta fue mi librería en los últimos años y a quien le debo mucho eso de ir como mirando y apreciando el espíritu de tener una librería. Yo aprendí mucho de Joan, me apoyó mucho cuando pensamos el proyecto Lolita, fue uno de los interlocutores que yo tuve para ir pensando qué es lo que había que hacer y cómo hacerlo. Hubo gente de Liberalia que también me apoyó muchísimo. Ellos eran nuestros distribuidores en Lolita. Berta Concha y Sergio Toledo fueron dos referentes muy importantes en términos de darnos tips y ponernos temas sobre la mesa para hacer bien nuestro proyecto. Ya habíamos podido sustentar el proyecto editorial pero otra cosa era la librería. Y yo te digo es un oficio el oficio de librero y me considero un aprendiz. Estoy recién empezando. Llevamos dos años en esta historia. Es un oficio que me puede mantener muy vivo, muy entusiasmado y muy conectado por lo que me queda de vida y eso me parece una maravilla. Tengo demasiado por aprender, harto por entregar y, sobre todo, mucho por recibir. Eso es una de las cosas lindas de este oficio, todos los días tienes algo nuevo. Yo te diría que cada día pasa algo, una, dos, tres, cuatro cosas que uno podría ir atesorando y que probablemente sean la materia prima de uno de los libros que sueño escribir algún día y que se llame algo así como Memorias de un librero.