Entrevista a Jorge Edwards

El sobrino racional de "El inútil de la familia"

A Jorge Edwards se le puede leer en los libros caros que están en los escaparates de las escasas librerías de nuestro país. También lo podemos encontrar en sus clones callejeros que tanto le disgustan o en el diario vespertino, en el que desde hace varios años escribe una columna semanal. Con una pluma ágil y entretenida se pasea por la literatura, la historia o la diplomacia, crónicas con las que intenta consolidar el género de la crónica literaria. Jorge Edwards es autor de cuentos, novelas, ensayos y memorias, lo que le valió ser reconocido con el Premio Nacional de Literatura 1994 y también Premio Miguel de Cervantes 1999, el más importante reconocimiento de las letras en la lengua española. Estudió leyes, y para no trabajar como abogado se enroló en el servicio exterior, lo que le valió ser declarado nada menos que "Persona Non Grata", título del libro, nada de diplomático, en el que describe su paso por Cuba como encargado de reabrir la misión chilena en la isla durante el gobierno del presidente Salvador Allende. Un libro que le costó la enemistad de muchos escritores y que reedita después de algo más de 30 años.

Estamos en la Sala Pablo Neruda y por esto quisiera iniciar la conversación recordándolo. Cuando el Premio Nobel era Embajador en París, ya estaba enfermo, pero además se decía que estaba expuesto a influencias muy nocivas, como esto de tener a un Edwards de Ministro Consejero...

Neruda es un hombre que pasó por toda la gran experiencia política del siglo XX, y conoció a los grandes personajes, como a Stalin, Mahatma Gandhi, Nehru, Charles de Gaulle, entre otros. Era un hombre con una experiencia extraordinaria, y había derivado en la vejez en una posición más cautelosa y más prudente, en el fondo. Yo creo que se había convertido hacia el final de sus días, en un político muy lúcido, que tenía una visión muy definida de las cosas, y veía, por ejemplo, muy claramente los peligros de una experiencia política como la que se hacía en Chile en ese momento. Enseguida, había tenido algunas dificultades con Fidel Castro, así es que esto da como resultado un personaje muy complejo, muy interesante, sobre todo en la conversación privada. A mí me sorprendía, porque en público, a veces, decía cosas que no eran exactamente las que había dicho en privado.

Pero esto de tener como Ministro Consejero a un Edwards, no le caía nada de bien a la ortodoxia comunista... ¿Cómo era su relación con él en ese sentido?

Mi relación con él era muy buena. Yo puedo decir que era un amigo con quien nos entendíamos muy bien, y discutíamos todas las cosas. A veces estábamos de acuerdo, otras veces no, pero era un amigo. Había siempre algún elemento que interfería, alguna gente que decía que yo lo influenciaba mal, pero yo era un tipo "joven", digamos ahí en ese mundo, y cómo lo iba a influenciar mal. ¡Esa era una tontería! Él se veía con François Mitterrand, que era secretario del partido socialista, se veía con Louis Aragon, que era un poeta de

una cultura absolutamente asombrosa, era un artista que estaba al día en todo, que leía todo. Una vez fuimos a la casa de Aragón, tocamos el timbre, y Neruda me dijo: "Estamos fritos, porque vamos a tener que ser inteligentes toda la noche". Claro, y a él lo angustiaba tener que ser tan inteligente, tan informado de todo "toda la noche". Tanto así que después que salimos de esa casa, y que comimos invitados por él, Neruda me dijo: "Ahora, vamos a comernos una cazuelita", porque quería tener esa cosa de comer sin el estrés de estar con un señor tan inteligente, con un súper intelectual.

En la conversación íntima entonces, a Neruda no le gustaba tanto hacer lujo de su erudición, pero sí saber un poquito más qué pasaba con las relaciones amorosas de los otros... era bastante bromista, se ponía narices, bigotes...

Le gustaba jugar. Yo creo que tenía una cosa que tienen los poetas y es que conservan al niño que fueron, y yo creo que ese niño que juega tiene que existir en el hombre maduro para poder escribir poesías. Enseguida, Neruda no era un poeta libresco, él tenía una cierta distancia frente a ellos. Llegaba Enrique Lihn leyendo a Heidegger, por ejemplo, y Neruda decía: "Tu amigo es un pesado", cosas así, porque él no era de esos.

Él leía literatura policial, no?

Sí, era un gran aficionado a la novela policial. Leía muy pocas novelas reales, digamos. Leía mucho esa literatura y mucha poesía, porque hay gente que decía que no leía, pero no es verdad. Era un gran conocedor de la poesía del mundo. Ya él en algún momento, en Cuba, había captado dos cosas. Primero, la envidia que le tenía Nicolás Guillén, que era una cosa extraordinaria, era monumental la envidia, por eso él escribió un paréntesis, ¡el paréntesis más sarcástico que se ha escrito! Cuando habla de Guillén en sus memorias y dice: "(El español, el bueno)", con eso liquida al cubano, que sería "el malo. La cosa no era tan simple. Él sintió en algún momento en Cuba, por un lado, esa envidia y, por otro lado, una cierta desconfianza del poder frente a un intelectual que podía salir con un "domingo siete", esa es la verdad. Cuando yo llegué a La Habana, el hecho de que se supiera que yo era amigo de Neruda creó problemas. A los pocos días de haber llegado, estaba en una fiesta literaria, y había una señora muy simpática, casada con un amigo mío, y me dijo: "¿Tú te has dado cuenta que tienes problemas aquí?". "Me he dado cuenta de algo", le dije yo. "Y, ¿a qué se debe el problema?", me pregunta. Entonces, yo le digo: "¿no será Neruda?". Y ella se rió y no dijo nada. Así eran las cosas.

Se puede decir además, que Jorge Edwards fue el verdadero "cartero de Neruda". Como Ministro Consejero y amigo tuvo la oportunidad de ser cómplice de ese otro Neruda y también de su último amor...

Yo me metí a la diplomacia pensando que los diplomáticos no hacían nada y que así iba a poder escribir novelas, y que me iba a poder ganar la vida y escribir al mismo tiempo. En realidad, los diplomáticos hacen muchas cosas, cosa chicas, cosas grandes, pero que dan mucho trabajo. Poner la mesa de acuerdo con el protocolo, cuando van 24 personas, es como organizar una batalla, así es que era complicado. El Ministro Consejero es el que abre la correspondencia o, hay una secretaria con un cuchillito que abre las cartas, pero el Ministro Consejero es el que recibe la correspondencia. Pero un día, llegó una cartita, con una letra manuscrita que decía, Jorge Edwards y no, Embajada de Chile. 2, Av. de la Motte-Picquet, que es la dirección de la embajada, París. Yo la iba a abrir, mientras Neruda se paseaba por mi oficina como un león enjaulado. Cuando vio esa carta, saltó y dijo "Estas cartas son todas para mí". Y así empezaron a llegar todas las semanas y yo se las entregaba. Cuando Skármeta salió con su película El Cartero de Neruda, yo le dije: "el cartero de Neruda" fui en verdad, yo, el que pasaba las cartas.

¿Y qué hay de Alicia, ese último amor de Neruda?

Bueno, yo nunca leí las cartas...

... pero eran amigos, le podía haber contado algo, o intuir.

Desde que supe que las cartas eran las cartas de amor de otra persona, las entregaba religiosamente. Pero alguna vez me dijo algo y hacíamos bromas. No sé si los voy a decepcionar, pero Neruda era bastante copuchento y le gustaban las historias de los amores de la gente, le gustaba saber quién pololeaba con quién, y si esos amores no eran muy lícitos no le importaba mucho. ¡Mejor! Más se divertía. Yo supe que había una historia y empezó a pensar en que esta señora o esta niña fuera a París. Pero, finalmente, él estaba enfermo y tenía esa actitud del enfermo que está con una enfermedad muy grave pero que no la aceptaba totalmente. En el fondo, sabía que estaba mal, pero no se resignaba. Eso lo conté, en parte, en el libro Persona non grata, aunque mi libro sobre Neruda es Adiós, Poeta.

A comienzos de la década del ´70, usted le habría entregado a Pablo Neruda un manuscrito del libro Persona Non Grata y éste le habría aconsejado dilatar su publicación. Más de treinta años después, en una nueva edición confiesa que "no quiso quedarse en la acera mordiéndose las uñas", esperando a ver su libro quizás, alguna vez editado. ¿Por qué se publica hoy, nuevamente, Persona non grata?

Con Pablo Neruda teníamos una gran diferencia de edad, pero cuando yo publiqué mi primer libro de cuentos me mandó llamar a su casa de Los Guindos. Entonces, yo era una especie de joven discípulo, tímido, al que se le entraba el habla cuando veía a este personaje, pero después terminamos siendo muy amigos. Luego, como diplomático de carrera y después de lo acontecido en Cuba, me fui a París y le conté a Neruda que pensaba escribir una especie de testimonio de esta experiencia, y me dijo: "escríbelo, porque es un libro importante, pero no la vayas a publicar hasta que yo te diga". Como era una persona muy mayor, bueno, tan mayor como soy yo ahora, pensé: "Pablo nunca va a considerar que llegó el momento de publicar el libro". Él conocía parte del libro. Luego, me dijo: "Pásame el manuscrito para subrayar en rojo todo lo que yo considero imprudente, que no se puede publicar". "Va a subrayarlo todo, no va a quedar nada", pensé yo. Así es que no se lo pasé, y luego murió. Lo publiqué después de su muerte porque yo era mucho menos prudente que él y tampoco tenía amarras políticas ya que no militaba en ningún partido.

Persona non grata, sería uno de los libros más odiados por Fidel Castro, incluso García Márquez le habría confesado esta animadversión.

Un periodista norteamericano hizo la lista de los libros más odiados por Fidel Castro y puso el mío en primer lugar. Luego, Gabriel García Márquez, medio en broma, medio en serio, me dijo una vez: "Mira, estábamos con Fidel, y le estaban dando un reporte, diciendo que la agricultura tenía tal problema, otro le decía que la cosecha de azúcar andaban mal, y otro que racionaban la electricidad... Y de repente, Fidel dijo: "¡ah! ¡Entonces me van a decir que Edwards tenía razón!". Eso fue todo, pero me lo contó García Márquez.

Este libro tuvo importantes costos también en su vida, así
como...

Perdón, que la interrumpa. La literatura tiene costos. Ser escritor no es fácil. Si yo hubiera sido abogado me hubiera ido bastante mejor. La literatura supone una vocación, una decisión, y escribir no es un arte fácil, y, enseguida, aunque alguna gente piense lo contrario, no hay mucha plata en el mundo de los libros, salvo alguna excepción.

O, salvo algún premio.

No, salvo algunas excepciones. Si uno quiere ser fiel a lo que uno "quiere escribir", es una profesión muy difícil y que requiere constancia. Escribir este libro fue todavía más difícil, porque fue en un momento en que Fidel Castro era una especie de ídolo intocable y yo dije algunas cosas que iban contra esa idea. Ahora, yo releo de nuevo el libro y me parece bastante moderado, bastante equilibrado, pero claro, el problema es que cuenta cosas que yo vi, cuenta una experiencia real, y la cuenta casi con suspenso, parece una novela policial. Hay gente que me ha dicho que va a hacer una película sobre ese libro, una película de suspenso.

Hay una petición en esta nueva edición de Persona non grata, en la que pide que "luchemos para que las cárceles políticas castristas, que son otras de las vergüenzas de nuestra época, sean definitivamente abiertas".

Yo soy en eso totalmente claro, porque vi a mucha gente encarcelada por razones puramente de conciencia y eso es inaceptable en una dictadura de derecha pero también en una dictadura de izquierda. Yo creo que por estas cosas hay que protestar, hay que manifestarse.
Uno puede tener simpatía por un experimento revolucionario que ha hecho cosas por la educación, por la medicina, por el pueblo cubano, pero no puede permitir que un poeta como Raúl Rivera, que es un alma de Dios, lo tengan preso, condenado a 30 años. Salió felizmente Rivera, estuve con él en Madrid, es un tipo estupendo y su único delito era ser democratacristiano. Imagínese eso en Chile... estarían las cárceles llenas.

¿Qué fue lo que más le molestó a Fidel Castro. ¿La importancia de llamarse Edwards?

A Fidel le molestó, creo yo, el hecho de que, luego de mi primera noche en La Habana, durante la que estuve con él cuatro horas hablando, al día siguiente llegaran a mi hotel poetas, como Heberto Padilla o Lezama Lima. Varios de ellos pelaban a Fidel. ¡Era una situación imposible! Y a él no le cayó bien que yo fuera un diplomático que tenía contacto con todo ese mundo, con todos esos locos melenudos y deslenguados que eran los poetas y los escritores. Y siempre me dijo: "¿Y por qué mandaron ustedes a un escritor?", que era como preguntarme por qué te mandaron a ti. "Mire —le decía yo—, antiguamente en Chile había esta idea en que los escritores eran buenos para la diplomacia, qué sé yo. Debe ser un error".

Hablemos de otro personaje, de un fantasma de su vida que se ha colado a través de su literatura, me refiero a su tío, Joaquín Edwards Bello. En el año 2005, en el programa "Vuelan las Plumas", dijo que El Inútil de la Familia era su libro más experimental.

¿Sabe usted por qué le puse ese título? Porque Joaquín era un pariente mío, bastante cercano, era primo hermano de mi padre, no era tío abuelo mío como dicen. En la casa de mi abuelo, cuando se hablaba de Joaquín, lo que se hacía muy poco porque trataban de evitar el tema, ya que era un tipo de malas costumbres, mal visto, era una oveja negra, un mujeriego, jugador y varias cosas más, y cuando se hablaba de él, nunca decían "Joaquín", sino que "el inútil de Joaquín". Entonces yo, cuando empecé a interesarme en la escritura, sentí que yo entraba a la categoría de "inútil", y que iba a tener que pagar las consecuencias. Y es que Joaquín lo pasó muy mal. Tuvo algunos buenos momentos en su vida, grandes amores, algunas cosas extraordinarias de momento, pero, en general, lo pasó más o menos feo.

Tengo cartas de él en las que le escribe al dueño de una pensión, por los años ´30, diciéndole: "Ya le voy a pagar, lo que pasa es que los diarios no me pagan a mí". Joaquín pertenecía a la rama pobretona de una familia rica y cuando heredó a su padre, que estuvo enfermo por mucho tiempo, Joaquín le dijo a su hermano Emilio:"Mira, esto es muy poco así es que me lo voy a jugar todo, y si lo doblo o lo triplico...¡Fantástico! Y si no, me dedico a escribir artículos de diarios". Y se jugaron la herencia entre los dos en Francia. Al comienzo les fue bien, y tomaban champaña, andaban en un automóvil espectacular y lo pasaron macanudo. Pero, al final, "los pelaron" completamente, no les quedó ni un centavo. Así es que el pobre Joaquín ahí quedó en la miseria, y se dedicó a escribir artículos de diario, y parece que se los pagaban bastante mal o no se los pagaban. Es curioso, al final la literatura lo salvó. Le dieron el Premio Nacional y empezó a escribir en el diario La Nación todos los jueves y tenía muchos lectores. Se salvó, y además tuvo una mujer muy generosa con él, al final de su vida, que también lo ayudó a salvarse. Pero es una historia de la perdición y de la salvación por la literatura. Entonces yo, que me he metido a escritor, esto me ha hecho pensar y meditar a veces con cierta tristeza sobre este tema. No fue muy alegre la vida de Joaquín porque a los 81 años de edad se pegó un tiro. Es raro suicidarse a los 81 años. Yo ya no tendría ánimos para suicidarme y me falta todavía para esa edad.

Por eso quizás hay una voz muy particular, que no sólo narra, sino que, además, interpela tanto al lector como al personaje mismo.

Es una voz que dialoga con Joaquín Edwards Bello, con el personaje de Joaquín Edwards Bello en la novela y con personajes que son parte de las novelas de Joaquín Edwards Bello. Creo que esta es la esencia de esa novela, porque uno puede tener un tema, pero para que funcione un texto literario, para que funcione una novela, tiene que inventar una manera de contarla. Yo creo que lo esencial en El Inútil de la Familia fue descubrir una manera narrativa de dirigirse a los personajes, de acercarlos mucho, y de repente, de alejarlos un poco. Pero de esto ya no quiero hacer teorías literarias.

Hay en esta novela, además, un amor y cuidado por lo particular, por el detalle.

Hay que tener un sentido de la observación, de la realidad, un sentido de lo que son las cosas. Diría más, hay que tener amor por las cosas. Si no se las toca, o se las trata de una manera sensible, afectiva, no funciona la literatura. Para escribir este libro sobre Joaquín, fui a todos los lugares que frecuentaba Joaquín: a las calles de Madrid, a las calles de París, a la calle Santo Domingo, a su casa, hablé con gente que lo conoció, con coleccionistas de cosas de Joaquín, que me mostraron las cosas más raras, hasta una bacinica, un sombrero, una cachimba.

Pero no jugó.

De repente sí.

¿Sí?

Sí, pero no tanto como él.

¿Y cómo le fue?

Siempre me va mal. Yo creo que los jugadores son personas a las que le va bien durante un tiempo, que eso es lo peligroso. Si uno juega, le va bien de repente, se envicia, después le sacan la mugre; en cambio a mí me sacan la mugre desde la primera vez. Voy a las carreras y no gano ni una, voy a la ruleta y pongo en 7 números o en 10 números y no me sale ni uno. No me he enviciado con el juego debido a que tengo mala suerte, creo yo. Tengo mala suerte en el juego y mala suerte en el amor ... ¡Así que esta cosa es preocupante!

Bueno, esa parte la vamos a dejar para después, para la otra cocina literaria. ¿Qué otras observaciones de campo hizo en su investigación sobre Joaquín Edwards Bello?

Me pasé muchos meses en la Biblioteca Nacional, viendo el archivo de Joaquín, que era un archivo muy extravagante y muy divertido. Él, todas las mañanas, se levantaba con unas tijeras, y ponía la prensa que podía conseguir encima de una mesa, y leía parado, y cada vez que encontraba algo interesante lo recortaba, lo clasificaba por orden alfabético pero además, escribía en los márgenes de un artículo de un diario, por ejemplo, donde aparecía un directorio de una sociedad anónima, ponía: "fulano, dos puntos" —no le voy a nombrar la gente—,"ladrón"; "fulano de tal", "coimero"... no dejaba a títere con cabeza. Es un archivo muy divertido, subversivo, lleno de acidez. Está todo el espíritu de él, muy rebelde, inconformista. Gabriela Mistral dijo algo muy interesante: "Él es el tábano de la sociedad chilena". Así como el tábano está picando al caballo, y el caballo mueve la cola para liberarse de este tábano, éste era el tábano del mundo chileno, ahí estaba picando todo el tiempo.

¿Y se le quitó o se le fue quedando más esa acidez?

¿A mí?

Sí, la de criticar y ponerle nombre a todo.

Bueno, sí. Pero yo no soy tan ácido como Joaquín. Yo encuentro que Joaquín tenía una cosa un poco amarga, además, era una mezcla muy rara porque era supersticioso. Por ejemplo, él, en su primer libro que publicó en 1910, se declaró socialista y ateo, lo que provocó un gran escándalo dentro de esa familia tan conservadora... Sin embargo, después, con el tiempo, se transformó en ferviente creyente de la Virgen, no creía en Dios pero creía en la Virgen, entonces, cuando salía de su casa rezaba un Ave María, y si se le olvidaba rezar el Ave María, decía que le iba mal. Así es que era, ateo de Dios pero no de la Virgen María. Yo atribuyo esto a que tuvo un padre muy severo, y él representaba el "Dios Padre", el "Padre Eterno", el "Dios Padre Todopoderoso" y él lo miraba con cierta distancia. En cambio, tuvo una madre muy cariñosa, por lo que creía en el mundo femenino. Eso no es muy racional, pero a él no le importaba mucho ser racional, no le importaba la racionalidad, podía ser muy contradictorio. Yo no me siento cerca de él en eso porque soy demasiado racional, pero él tenía una cosa muy divertida, a él le gustaba ser niño, y en ese sentido era poeta. Neruda le tenía simpatía, me habló muchas veces de él y se reía con las cosas de Joaquín.