Entrevista a Pablo Chiuminatto

Un pensamiento veloz

Vivian Lavín conversó con el académico Pablo Chiuminatto sobre estética y cultura.

Artista visual y académico, Doctor en Filosofía con mención Estética y Teoría del Arte, y Magíster en Artes Visuales, Universidad de Chile. Esos son sus cartones o algunos de ellos. Pablo Chiuminatto es también integrante del Consejo Regional de Cultura en la Región Metropolitana y desde ahí critica abiertamente el modelo institucional cultural chileno. Tiene un hablar veloz que corre tras su pensamiento, que pareciera ser un señor hiperkinético que va tomando y desechando posibilidades argumentativas como si frente a un puesto de frutas estuviera, eligiendo las coloridas, por novedosas y bellas, y también a las maduras, porque respeta a la tradición. Aunque se formó como artista de manera autodidacta exponiendo a fines de los ochenta en la mítica galería Del Cerro y estar en el colectivo que reabrió el Taller 99 de Nemesio Antúnez, pasó luego a la estética y de ahí a la investigación.

Algunos de los títulos que ha publicado dan cuenta de sus intereses: La filosofía de la decoración. La habitación ideal, junto a Begoña Alberdi; René Descartes, el método de las figuras: imaginario visual e ilustración científica; Meditaciones filosóficas en torno al poema de Alexander Baumgarten con Javier Beltrán y el bello ensayo, Patagonia desierto de agua junto a Rodrigo del Río, todo publicados por la editorial Orjikh.

¿Me faltó algo?

A mí me gusta agregar que soy profesor. La palabra académico hace que sea un poco distante esa experiencia fundamental que es la sala de clases.

¿Qué  es para ti ser profesor? ¿Por qué es tan importante?

Yo diría que es importante porque fue un profesor el que, de alguna manera, me ayudó a pensar lo que, en una primera instancia, era verse adulto. Fue un profesor de música en el colegio, cuando yo era niño, el que entró a la sala de clases por primera vez en mi colegio e hizo una clase sobre Beethoven. Yo lo miré y dije: “Yo quiero ser como él”. Eso yo lo recuerdo siempre porque, hasta el día de hoy, cuando hago una clase me doy cuenta que la estoy haciendo como él la hacía. Esa persona se llama Silvio Olate y fue mi profesor en el colegio, en Valparaíso. A mí me gusta pensar la sala de clases como un lugar donde uno enseña pero también aprende porque ahí hay una especie de curioso reflejo permanente. Como diría John Williams, el que escribió Stoner, novela preciosa de este escritor norteamericano: “lo que la gente no se da cuenta es que la Universidad es un lugar donde un grupo de profesores quiere vivir como si fueran eternos adolescentes. Todo el mundo cree que la Universidad es para sacar profesionales pero, en realidad, es para que estos profesores sigan gozando de ese privilegio que es pensar, escribir, investigar y jugar a que se enseña”. Como cuando éramos niños en la casa.

Cuando uno revisa tus libros, uno se da cuenta de que ahí hay un territorio que es particular. Tú estuviste trabajando en una investigación enorme en torno a Descartes. Descartes nos cambió con su “pienso luego existo” ¿cómo te cambió a ti Descartes? ¿Qué te pasó a ti con esa figura?

Cuando yo hice el doctorado en Filosofía en la Universidad de Chile hace ya más de 10 años, nunca pensé en hacer una tesis sobre Descartes. Yo me encontré con Descartes mientras trataba de hacer una tesis sobre el tema del Barroco. De repente me doy cuenta de que era muy extraño que en el mundo del arte nosotros hablamos de Barroco pero, en ese mismo siglo XVII, la filosofía se llama Racionalista que es como casi un oxímoron del Barroco. Son como opuestos. Y fue así como tuve una clase con un profesor maravilloso, fundamental para mí, que se llama Jaime Sologuren, que tenía una metodología de trabajo en el aula que me hizo pensar: “Aquí hay algo. Aquí hay algo en Descartes. Aquí hay algo que se puede hacer”.

¿Qué hacía?

Hacía exégesis del texto apegado al texto, sin dejar que nadie se fuera por las ramas, cosa que en Chile pocos enseñan.

Es decir, respetemos lo que dice aquí y no lo que usted siente, lo que usted cree, lo que usted piensa.

Exacto. Jaime Sologuren hacía esto y yo me empecé a fascinar con los textos. Empecé a darme cuenta que, al igual que Platón, Descartes, que es pensado como el filósofo racionalista del siglo XVII, resulta que era un tipo, y lo comparo con Platón ¿por qué? Porque nos enseñan que Platón detestaba las imágenes, detestaba el arte, a los poetas y todo lo demás, pero resulta que sus diálogos están llenos de eso. Descartes es igual. Descartes, supuestamente, duda de las sensaciones, duda de las emociones, duda de la imágenes pero sus textos están llenos de relación con las sensaciones, comprensión de la fenomenología interna del ser humano; es decir,  cómo experienciamos nuestra vida y nuestro sentirnos seres. De eso se tratan sus libros. Lo que pasa es que, claro, otra cosa es lo que hicieron con él. Entonces, esa fue la fascinación que me dio cuando estaba ahí y así fue como llegué a Descartes y por eso, después, voy a llegar a Baumgarten.

Yo no sabía que este caballero, Baumgarten, fue el que creó la estética. La sacó de un territorio filosófico y dijo: “Esto es algo distinto”.

Ese personaje se llama Alexander Baumgarten y lo que hace es, en el fondo, retomar lo que había dicho Aristóteles. Lo había dicho Aristóteles, lo había usado Aristóteles, porque los griegos reconocían esta noción de estética como la sensación, las sensaciones, las percepciones. Este personaje es un filósofo alemán de comienzos del siglo XVIII que, desgraciadamente, murió joven, no habiendo podido terminar ni divulgar su obra. Él escribe, primero, Meditaciones filosóficas en torno al poema, que es lo que nosotros tradujimos con Javier Beltrán, excelente latinista chileno que ahora está haciendo su doctorado en Alemania, y yo. Trabajamos durante dos años para hacer esta traducción de estas pocas hojas pero que son tremendamente difíciles porque el latín de Baumgarten es uno muy complejo. No tanto porque sea complejo lo que dice, aunque sí lo es, sino porque es un enrevesado. Entonces, lo que hicimos fue decir: “Oye, todo el mundo habla de estética pero tú miras los manuales de filosofía y Baumgarten no aparece” Porque ¿qué pasó? El pobre Baumgarten quedó entre dos filósofos tremendos: Leibniz, a fines del siglo XVII, y Kant, a fines del XVIII. Kant, cuando enseñaba sus clases de estética utilizaba el manual escrito por Baumgarten pero resulta que, hoy día, nadie lee a Baumgarten y todo el mundo cree que Kant inventó la estética moderna. Entonces, a mí me gusta mucho eso de decir: “Vamos a buscar a este sujeto y traduzcámoslo al español. Al español lo más neutro y llano posible” Porque eso para mí es un tema, el de la traducción. Estamos dominados por traducciones hispánicas donde la gente dice “esparadrapo” y uno no sabe lo que es un esparadrapo. Es una vendita, un “parche curita” o como se llame. Entonces, lo que quiero decir con esto es que la idea era traer eso que yo había podido solamente leer en una traducción española y decir: “Vamos a hacer una traducción al panhispanoamericano y, sobre todo, vamos a hacer una edición crítica del texto”. La edición previa a estas Meditaciones… tienen 20 notas y este volumen tiene 234 notas. De eso hablamos cuando hablamos de un texto filosófico.

Sin duda, Baumgarten es un personaje central para lo que tú haces, en lo que es el trabajo artístico pero, sobre todo, en lo que es el pensamiento.

Lo importante para mí de un filósofo como este es que él estaba tratando de hacer una lógica de la poética y lo relevante de esto es que muchas veces la gente cree que un artista es un tipo que se sienta y que saca de adentro unas cosas, pare unos hijos raros. Entonces, la gracia de esto, para mí, es decir: “Miren, hay una tradición que viene de los griegos, que es la recoge Baumgarten, que retoma a Descartes, a Leibniz.” Es una posta y eso es fundamental. Esta posta se expresa en – y yo trato de planteárselo a mis estudiantes permanentemente- entender que puede ser que los términos sean los mismos pero refieren a conceptos distintos. Es decir,  puede ser que tú digas “poesía” pero cuando tú dices poesía hoy y esa misma palabra la decía Baumgarten, para él significaba otra cosa y mi idea es apuntar a producir esas diferencias terminológicas en el tiempo.

Me gusta eso porque, a partir de la exégesis que estamos haciendo de, por ejemplo, la palabra poema, también podríamos hacerlo sobre cultura. Y cuando, desde un lugar, se dice: “Esto es programación cultural”, también otros dirán: “Esto es gestión cultural” y, desde el Estado, se dirá: “Esto es nuestro aporte cultural”.  A propósito de esas múltiples y diversas formas de entender lo que es cultura, me gustaría que habláramos de un tema que está poco debatido. ¿Qué está pasando con la cultura?

Yo creo que Chile está viviendo un proceso natural que tiene que ver con que, hace ya más de 20 años, se instala una programática cultural y, ojo, no es que los países no tengan cultura si no tienen un Ministerio de Cultura, la cultura se produce a pesar de los ministerios, a pesar de organismos, a pesar de las instituciones. Sin embargo, lo que está ocurriendo en Chile en estos últimos cuatro o cinco años, es que se está evidenciando la crisis de un modelo cultural, no tanto respecto a cómo se produce y se vive la experiencia de la cultura cotidianamente, porque todos estamos felices de que exista el GAM, de que existan los centros culturales, de que existan cada vez más bibliotecas públicas. Nadie duda de eso. Lo que a mí me preocupa, y fue mi experiencia hasta abril de este año cuando, en los últimos cuatro años, fui Consejero Regional metropolitano del Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes, es que hoy, y ya fuera del Consejo puedo decirlo con toda honradez, creo que estamos llegando a un momento en el que se necesita algo más que una programación cultural. Necesitamos una planificación cultural. Esa planificación no implica organización atomizada de eventos. O sea, no es que no vaya a haber fondos concursables, no estoy diciendo que no sirvan, todo sirve, pero es necesario que salgamos de esta especie de programación permanente, día a día, y pasar a cosas más grandes, más como el modelo inglés, en el cual se apoya a la creación de grandes instituciones museográficas, archivísticas, bibliotecológicas que lo que hacen es proyectar, desde su visión, lo que podría llegar a ser una actividad. Pero, en este momento, desgraciadamente, el modelo que tenemos es: “Yo apoyo iniciativas particulares” y, en esa especie de colmena de iniciativas particulares, logro el modelo cultural que se le está ofertando a la ciudadanía. Si eso, además, lo aunamos al hecho de que se va a construir un Ministerio de la Cultura; un Ministerio de la Cultura que está separado del Ministerio de Educación, que a su vez está separado del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación… Me van a disculpar, tal vez me traiciona mi espíritu más anarquista conservador, pero yo diría que esas tres cosas separadas no funcionan.

Cuando hablamos de cultura hoy, tenemos esta institucionalidad de la que ya tenemos una mirada que es crítica. Crítica porque hay una urgencia y porque ya no hay más tiempo para seguir experimentando. Es decir, acá, cada día que pasa nos está trayendo tremendas consecuencias. Por ejemplo, según un informe reciente de la OCDE, nuestros trabajadores apenas comprenden un texto escrito y, prácticamente, no pueden resolver operaciones matemáticas ni tampoco relacionarse con la tecnología.

En Diálogos para una nueva escuela en Chile, un libro publicado por Ediciones UC y que hice junto a Miguel Nussbaum, nosotros problematizamos el hecho de estos diagnósticos porque, de alguna manera, han creado una autoimagen muy compleja, muy autodestructiva. Porque la pregunta es: “Ya, no somos trabajadores capacitados, entonces ¿qué somos?” Desde ese punto de vista, yo no digo que estas mediciones no sean las correctas, mi problema es que la prensa está abocada a publicitar exclusivamente lo negativo. Cuando salen los índices de cómo nuestros estudiantes de colegios y escuelas tienen capacidades con un ordenador, con softwares para poder escribir en un computador, dice que somos los peores de la OCDE. Okey pero, momento, mira bien lo dice más abajo. Más abajo dice que somos los mejores de la Latinoamérica. O sea, estoy consciente de la crisis pero a mí me preocupa tremendamente esta especie de explotación negativa, del punto de vista que la culpa la tendría un niño, la culpa la tendría un profesional que no está capacitado. Mi pregunta es ¿el Estado de Chile dónde está a la hora de la culpa? Acabamos de saber que 182 niños mueren en los centros del Sename en los últimos diez años. Esa cifra a mí me escandaliza. Al igual que me escandaliza que existan 150 escuelas en Chile donde todavía hay letrinas y no hay agua potable. Entonces, yo me pregunto: ¿Se le pueden dar miles de millones de pesos para que hagan una sala para tres mil personas en el GAM, si resulta que hay 150 escuelas que no tienen agua potable? Entonces, ahí te dicen: “No, es que no tienes que mezclar las cosas” pero resulta que la percepción que tenemos los ciudadanos es que las cosas están mezcladas. A mí, esta idea de llevar, poco a poco, estas publicaciones en las que he participado y de las que me siento muy orgulloso, me da para decir: “Hay que cambiar las prácticas, no hay que cambiar el discurso. No quiero más fondos, lo que yo quiero es que cambie la práctica”. Entonces, claro, para esas cosas las personas te dicen: “Es que no podemos parar la máquina de la cultura para sentarnos a pensar”. Okey, no la paremos pero hagamos algo para empezar a abrir espacios que se modelen de una manera diversa a como se están modelando actualmente porque, desde mi punto de vista, los formularios son los que, en este momento, están determinando la cultura que se hace en Chile. Y yo hago los formularios, todos los hacemos, por eso no quiero decir que no tengan que haber, la pregunta es: ¿Son esos los adecuados? ¿Podemos cambiarlos? ¿Podemos hacer investigación sobre el modelo mismo?

Pablo, tú te hacías una pregunta fundamental sobre las urgencias ¿qué pasa con las urgencias? ¿Qué pasa con este Chile real, de una pobreza que espanta?

Ahí entra una frase que es muy chilena y muy terrible y que es: “Chile me debe”. Esa frase uno la ha escuchado en muchas personas, que Chile le debe, que Chile le tiene que  reconocer lo que hizo por el país. A mí lo que más me preocupa de esa frase es que tú mismo defines el monto de la deuda y puede ser infinita como cualquier deuda. La gente dice: “La cultura tiene que tener un espacio en los medios” Y sí, pero tiene un espacio jornalero. Es decir, que va enunciado, jornada a jornada, lo que hay, los libros que se sacan, el teatro que se hace, pero no hay una discusión permanente que te diga que hay gente que está pensando en esto y no solo dedicada a producir. Porque pareciera, a través de lo que hemos constituido nosotros mismos como institucionalidad cultural, que cultura es hacer pero cultura también es pensar el proceso mismo.

Pablo, a fines de este año publicarás una edición de El Quijote, actualizada a este castellano panhispánico, abreviada, junto a colaboradores. Cuéntanos de esta obra.

Eso es un proyecto que ya lleva un par de años y para el cual conseguimos el apoyo de la Fundación José Nuez Martí. Es un proyecto que ya se había hecho en España en 1905 pero la tarea que nos propusimos nosotros, junto a un equipo de 10 personas con  las que trabajamos en esta edición que se publica a fines de año, co edición de Ediciones UC y Orjikh Editores, fue la de este Quijote actualizado y abreviado. Todavía no tenemos el nombre propiamente tal porque es todo un tema. Tú no te puedes imaginar la cantidad de gente que se opone a que se haga una divulgación del Quijote. Hay gente que te dice que no se puede tocar a Cervantes y que es gente que se opondría a esta actualización del texto. Pero lo que yo transmito nuevamente, igual como lo que hacemos con Baumgarten o lo que hice con Descartes, la idea es que esta gente perviva, sobreviva en los textos, y para eso lo importante es la traducción; lo importante es que ningún niño inglés lea a Shakespeare en el inglés de Shakespeare porque no se entiende. Esas jácaras, esas mojigangas no se entienden para un niño, para un joven o para un adulto chileno de hoy y, por lo tanto, tenemos que encontrarle una traducción. Y que una vez, encantados con la trama, vuelvan al texto de Cervantes, pero que la oscuridad no sea el texto y su sintaxis sino que sea la maravilla de los hechos.

¡El hipérbaton! O sea,  no hay frase en Cervantes cuyo verbo no esté en un lugar que no sea aquel donde uno quisiera encontrarlo y un niño chileno se tiene que enfrentar a una cosa donde hay cuatro adjetivos, después, una frase intercalada y, al final de aquella, el verbo. Entonces, por favor, insisto, no se trata de vulgarizarlo ni de deteriorarlo ni destruirlo, se trata de ayudarlo a vivir en el tiempo.

Pablo, tú que eres una máquina de ideas. Si tuvieras los recursos, las posibilidades de hacer cambios radicales hoy día para que esto de la cultura deje de ser una programación de actividades; para que la cultura deje de ser un compartimento estanco fuera de la ciencia, fuera de la educación; para que la cultura se respire como algo natural y sea aceptado de manera transversal y no horizontal por las capas más altas de la sociedad.

En esto de los deseos hay ciertos peligros. Está, por ejemplo, el peligro de la participación. Yo creo que uno de los desafíos más grandes que tiene la cultura en Chile es pensarse desde un lugar distinto al de creer que solo existe la cultura superior y que lo que popular sí es pero que es un tipo de folclor, un tipo de artesanía ¿me entiendes? Cuando el consumo del rap y del reguetón y las veredas llenas de una artesanía que es mezcla entre Pokemon y brigada Ramona Parra ya está. La sensación que me da a mí, si yo tuviera los recursos, es generar instancias de fortalecimiento institucional. Fortalecer las bibliotecas, fortalecer el Museo Nacional de Bellas Artes siendo un Museo Nacional de Bellas Artes y no un centro cultural como es hoy día, fortalecer el que exista un Museo de Arte Contemporáneo. ¿Cuál sería mi deseo? Es que ojalá adaptáramos nuestro modelo a un modelo de fortalecimiento institucional pero no a través de un ministerio que gobierna, planifica y organiza si no que a través de uno que genera las instancias para que las instituciones que agrupan a los especialistas generen la vehiculización de los recursos y la perspectiva mayor, que no puede tener el Estado, de  identificar lo que está surgiendo hoy, no solo en la producción cultural en la calle, sino que también las iniciativas de los propios investigadores y académicos en el ámbito de investigación.

Tú has publicado en Orjikh Ediciones ¿Cuál es el origen de esta palabra?

Es un apellido ruso.

Háblanos de Orjikh

Yo soy socio de la editorial y es un emprendimiento que dirige Soledad Sairafi. Ella ha llevado a cabo todos los diseños, todas las diagramaciones. Ha trabajado con Adriana Valdés, con Sebastián Schoennenbeck, con Claudia Campaña. Si tú te das cuenta allí hay una línea de trabajo en el que se ha apoyado esta idea de ediciones que están en una especie de lugar extraño entre el ensayo, la traducción y, sobre todo, el tema de las ediciones críticas. Entonces, a mí me acomoda mucho porque, básicamente, es una editorial que se está perfilando con una tradición que en Chile casi no existe y que es la de una editorial que trabaja con autores más que publicando libros.

Le va siguiendo el rastro al pensamiento de ciertas personas

En ese sentido, yo creo que las editoriales pequeñas, en Chile, son un fenómeno reciente aunque ni tan reciente porque pensemos, por favor, en lo que ocurría en los años 80 cuando, al mes,  se publicaban 15 semanarios críticos de la realidad en plena dictadura y, hoy día, que estamos en plena democracia no sé si se publicarán tres o cuatro pero, en todo caso, no tienen el peso cultural que tenían en ese momento. Ahora, soy consciente que los tiempos han cambiado pero lo que me interesa a mí, y es lo que quiero subrayar, es que estas tareas titánicas lo son pero también están en el marco de la pasión, del interés de las personas, de eso maravilloso que muchas veces se olvida, de que la gente, muchas veces, además de una profesión puede tener un oficio. Muchos  de nuestros padres y abuelos inmigrantes vivieron de sus oficios y no de sus profesiones que tenían en los lugares de donde venían. En este sentido, uno como académico tiene su profesión, pero también  uno puede tener una pasión, que es su oficio, en este caso, la edición, la publicación y la integración de proyectos siempre colectivos en los cuales, yo insisto, tienen que estar los estudiantes, tienen que estar los que son nuestros ayudantes porque esas personas, a partir de esa experiencia, puedan compartir con otros cuando a ellos les toque dirigir algo.