FILSA: UNA HISTORIA DE LIBROS Y COMBOS

VIVIAN LAVIN A./ Las consuetudinarias peleas al interior del mundo editorial chileno han producido que muchas ferias latinoamericanas nos hayan pasado por encima no solo a la hora de convocar público o índices de ventas, si no que en la madurez y profesionalización del mundo del libro.

Cuesta entender que todo esté tan crispado, tan odiosamente confuso en el sector editorial en torno a la FILSA, el mismo que no supo sacarle provecho a una exhibición de larga data y que podría ser hoy uno de los referentes de Latinoamérica. Lo de la FILSA es más de lo mismo, pero cada vez peor. Unos "señores", y hay que decirlo de este modo, porque a pesar de que el sector editorial tanto en Chile como en el mundo tiene un componente femenino muy alto, en este lío son "puros señores" con cuitas añejísimas y que han traspasado sin pudor alguno a la industria editorial. Más allá de quién tenga la razón hoy, porque ciertamente hay argumentos de un lado y de otro, la división y la controversia en el mundo del libro chileno se ha constituido en una "marca sectorial". Todos peleados con todos, al punto que nuestro sello de origen pareciera ser el pelambre y la mala leche, cuestión que los amigos de la industria editorial latinoamericana observan con perplejidad y de paso, se soban las manos, porque mientras los chilenos pelean ellos van creciendo hacia nuevos mercados. Explicar que para los escasos lectores de Chile que leen un libro al año contamos con cuatro gremios que agrupan a quienes trabajan en este sector es ya un síntoma de que algo extraño ocurre. Podría ser incluso una fortaleza, si es que cada uno de estos gremios trabajaran de manera colaborativa en ciertas instancias y en pos de ciertos objetivos transversales, como es el fomento lector, la profesionalización de la industria y la comercialización, por ejemplo, como se ha dado en ciertos momentos en esta historia de "guerra fría". La industria editorial chilena se especializa a duras penas, y los saltos cualitativos han venido de mano del Estado. Lo que no es raro, cuando esta industria se sustenta en gran parte en las compras que realiza el Estado para las bibliotecas públicas. Gracias a los instrumentos que ofrece el Consejo del Libro y la Lectura, ProChile y CORFO, han ido madurando ciertos eslabones de lo que la Política del Libro y la Lectura denomina el "ecosistema del libro". Se ha abierto el Estado, y cada vez con más fuerza, a considerar al mercado editorial como un sector de la economía, perteneciente a las industrias creativas, y que requiere de incentivos para su desarrollo, de la misma manera cómo lo requieren la industria vitivinícola o la salmonera. Pero claro, con la diferencia que en el mundo editorial es la desunión lo que hace la fuerza. Se esta forma, se hace muy difícil exigirle al Estado políticas públicas que fortalezcan a todos los estamentos del libro cuando cada gremio tiene agenda propia y tironea a los escasos funcionarios públicos del área para su lado. El Estado fomenta la asociatividad al interior de los sectores de la economía y no se siente cómodo teniendo que hablar con cuatro gremios de lo mismo. Donde se transparenta esta disputa permanente es en la FILSA que termina siendo el ring en el que desde hace más años de los tolerables, se enfrentan a combo limpio los estamentos libreros con el Estado como árbitro. Como todos los pugilistas del libro son personas versadas en la palabra, razones y sinrazones no faltan para justificar la decisión de dos gremios de no participar en la próxima FILSA 2018. Una situación que deja a los organizadores, la Cámara Chilena del Libro, en una situación casi imposible, ya que es un evento que se hace sobre la venta de los espacios y de las entradas del público. Y quizás sea eso precisamente lo que necesitamos, que todo fracase para entender que no se puede seguir así. Una situación límite y vergonzosa por donde se le mire, cuando el país invitado de honor es Perú, que se ha preparado para lucir su industria editorial que crece como la espuma. Además de tener, los peruanos, su propia Feria del Libro, que ya alcanzó a la nuestra en concurrencia de público, de modo que resultará inexplicable el hundimiento de la chilena. La industria editorial chilena merece un clima de trabajo que le permita consolidarse y empezar a pensar en serio cómo va a enfrentar los desafíos que vienen. Necesita de quienes tengan a los lectores como prioridad para darles una Feria de calidad, respetuosa e inclusiva. La energía femenina que este año ha dado pruebas de cómo se puede cambiar y transformar el mundo en cosa de días es elocuente. La primera Feria del Libro feminista a realizarse a fines de septiembre en el Centro Arte Alameda es un buen síntoma. Es una esperanza, al menos.