Discursos del odio

Columna Por Vivian Lavín

Como un rito, en esta larga Transición, escuchábamos en algún momento el pitazo inicial de las campaña electorales. Era un momento que alcanzábamos a distinguir, que rompía la cotidianeidad y que permitía a los políticos y aspirantes a ser parte de la clase política, subir el tono de sus discursos para hacerse escuchar en el bullicio electoral. Pero como todo el escenario político se fue manoseando y embadurnando de manera lenta e imperceptible en un comienzo, y desatada hoy, nos encontramos con que las campañas no terminan sino que son un continuo que les permite a quienes se dedican a esta actividad a saturar el diálogo social con un tipo de discurso vaciado de ideas, pero saturado de odiosidades y mezquindades. Monólogos, en la mayoría de los casos, cuando no tienen un interlocutor sino que una cámara televisiva a la que miran de manera fija e insistente y sobre la que dirigen toda la maledicencia, pocas veces con nombre y apellido. Frases de construcción rápida, ideadas para la cuña televisiva, muy "oreja" y cuyas partes parecieran ser sacadas del juego infantil Lego, que arman para una ocasión y luego aparecen deconstruidas y unidas a otras partes para configurar una nueva frase golpeadora, en todo el sentido de la palabra. Insidiosas frases cargadas de desprecio cuyo hábitat son los medios de comunicación de circulación nacional, particularmente televisivos, a partir de los cuales los televidentes se ven salpicados de estos deshechos intelectuales. La clase magistral la dio hace poco tiempo un diputado llamado Gaspar Rivas, quien se aprovechó de la transmisión televisiva de la hora de incidentes en el Congreso Nacional para lanzarle un garabato de grueso calibre al señor Andrónico Luksic. Pero no ha sido el único y hacer la lista sería un ejercicio burdo cuando no se trata de una excepción sino que de una práctica: la de denostar como una forma de estar presentes, como sea, en la entrega noticiosa diaria de la prensa o la televisión.

Y como estamos demasiado acostumbrados a estos artilugios, no nos percatamos del daño que le están haciendo a esta Transición política que aspira a convertirse en democracia. No nos percatamos que quienes nos invitan hoy a un sueño futuro, lo que están incubando es la pesadilla del mañana a consecuencia de sus discursos del odio.
La destacada filósofa española Adela Cortina define al discurso del odio como "cualquier forma de expresión cuya finalidad consiste en propagar, incitar, promover o justificar el odio, el desprecio o la aversión hacia determinados grupos sociales, desde una posición de intolerancia". Se apura en agregar que puede que "ese rótulo de odio no sea el más adecuado para referirse a las emociones que se expresan en esos discursos, como la aversión, el desprecio y el rechazo". Y si bien, esta filósofa europea se refiere a los discursos del odio que incitan el racismo, xenofobia, antisemitismo, misoginia y homofobia, entre otros, la definición y explicación que brinda sobre este tipo de patología verbal, nos permite distinguir una práctica que ya se toma como habitual en la política en Chile entre quienes dicen querer conducirnos a un país mejor. Los discursos del odio en contra de los que piensan, lucen o hablan diferente... todos son susceptibles de ser insultados, especialmente, si pertenecen a la clase política de la que forman todos parte.
Como Adela Cortina es una brillante filósofa, de inmediato expone que desde el punto de vista jurídico, "el principal problema estriba en el conflicto entre la libertad de expresión, que es un bien preciado en cualquier sociedad abierta, y la defensa de los derechos de los colectivos objeto del odio". Es decir, hoy se abusa de un derecho que a todos asiste y que tanto nos costó recobrar, como el de decir lo que se piensa. Sin embargo, aparecen los mismos que lucharon por su restablecimiento ejerciéndolo de manera irresponsable y suicida para la supervivencia de un sistema político democrático.
Los vientos de la ira soplan sobre nuestras cabezas y se desplazan como corrientes de aire universales. Vientos planetarios que encienden las brasas de una ira humana, una hibris que bien conocían los griegos que ciega y nos impulsa a destruir todo lo logrado.