La última entrevista junto a Paco Rivano

El librero, Pinochet y la tradición pirata chilena

Hace unas semanas, mientras producíamos la serie audiovisual Conversaciones urgentes sobre la lectura y el libro en Chile, fuimos al Barrio San Diego para saber más sobre el oficio librero. Queríamos encontrarnos con una de sus figuras más emblemáticas: Luis Paco Rivano, quien nos recibió amablemente y nos llevó al lugar donde atiende a sus clientes especiales, a aquéllos que buscan libros únicos, esas joyas antiguas que solo un iniciado sabe apreciar. Recordó particularmente a uno de esos clientes: Augusto Pinochet Ugarte. En ese pequeño local, ubicado en el segundo piso de una galería, entre peluquerías y tiendas de tatuajes, conversamos con Luis Paco Rivano sobre su oficio y cómo llegó a convertirse en uno de los libreros más importantes de Chile. Esta sería su última entrevista.

 Por Vivian Lavín Almazán

La prestigiosa librera alemana, Tanya Ringewaldt se formó en Frankfurt y desarrolló su carrera en la prestigiosa cadena mexicana de librerías Gandhi. Ella es la autora de un libro cuyo título es Manual para Libreros, donde expone un pequeño decálogo de los atributos que debiera tener quien ejerce este oficio. Tanya dice que un librero es un "imprescindible, orienta al mercado, enaltece el libro y la profesión, es el escalón perfecto entre la oferta y la demanda cultural y es un buen comerciante".
La calle San Diego está en el centro de la capital, concentra la venta de libros usados. Alli hay personas de mucho oficio, pero ellos no estudiaron para ser libreros. Es un oficio que aprendieron con la práctica.
Uno de los libreros más famosos del lugar es Luis Paco Rivano, con más de 50 años de un oficio que le ha heredado a sus 6 hijos. No solo eso, el Paco Rivano, como se le conoce, es además un prestioso dramaturgo que tiene en su larga biografía el haber sido carabinero alguna vez, desde donde heredó el apodo de Paco.

¿Cómo llegaron los libros a usted si era carabinero?

Bueno, cuando me echaron los pacos por haber escrito Esto no es el paraíso, me encontré que no tenía nada: no tenía oficio, trabajo, capital...no tenía ninguna cosa. Solo tenía hijos 5 hijos y tomé mis libros, los que tenía en mi propia biblioteca, que no eran muchos, que pueden haber sido unos 300 libros, y junto con el libro Esto no es el paraíso, me dije: "Voy a ser librero en San Diego", porque era un lugar que yo conocía desde siempre. Casi todos mis libros, mi biblioteca, todo lo que leí, mi cultura, mi escasa cultura, la conseguí aquí en San Diego comprando libros viejos.

Usted se fue especializando al punto de que hoy tiene una de las librerías más importantes, sobre todo en la sección especial en la que estamos, que no es la que está en la calle sino que donde están los libros antiguos. ¿Cómo es la relación con quienes vienen a comprarle? Porque para llegar acá hay que venir por dato, ¿o no?

Sí, eso ha cambiado mucho. Antes, cuando yo empecé, los años 60 hasta los años 70, había gente que venía todos los días. Venían todos los días a ver qué era lo que nosotros habíamos comprado y teníamos, en los mesones, los altos de libros que nos habían llegado y venían porque cada uno quería llegar antes que el otro competidor a buscar si había llegado una primera edición, un libro antiguo. Entonces, teníamos mucho público. Eso ya terminó. Esos coleccionistas de buenos libros, cada cierto tiempo llaman por teléfono, a veces avisan que van a venir, uno tiene que esperarlos, llevarlos al lugar donde están los libros que ellos quieren y atenderlos. O sea, antes venían muchos que pagaban poco y ahora vienen muy pocos que pagan mucho.

Y se produce una paradoja porque, en ese Chile donde muchos quería comprar libros, después vino una apagón cultural que fue la dictadura, y donde usted tenía a un cliente privilegiado...

Buen cliente...

Claro, ese era Pinochet. ¿Acá surtió a su famosa biblioteca?

Pedía poco descuento.

Problemas de dinero no tenía.

No tenía problemas de plata

¿Y tenía buen gusto para elegir libros o era usted el que le iba señalando?

Mire, contra todo lo que la gente dice, tenía una muy buena biblioteca y compraba muchos libros y los temas eran muy surtidos. Historia de la economía, geopolítica, historia de la Guerra del Pacífico, incluso historia de la Iglesia Católica, todo tipo de libros. Cuando yo compraba una biblioteca que era más o menos importante... Yo a él nunca lo conocí personalmente sino que a través del...

Del edecán que debe haber venido...

No, venía un estafeta, un suboficial no más. Entonces, se me ocurrió a mí una cosa que la consideré bien inteligente, después. Cuando compraba una biblioteca yo le sacaba una fotocopia a las portadas. Le mandaba un archivador con todas las fotocopias de todos los libros que, más o menos, yo encontraba que eran importantes.

Pero usted está hablando ahí de algo muy interesante porque es usted, finalmente, el que va poblando esa biblioteca, haciendo esa selección.

No, si eso no es tanto porque él a todos los libreros le compraba. Él me devolvía, después, el folleto. De modo que cuando no tenía ninguna marca, significaba que él no quería el libro o lo tenía; cuando tenía una equis significaba que quería verlo y cuando tenía dos equis significaba que quería comprarlo. Ahora, ¿qué es lo importante de esto que yo le estoy diciendo? Que yo tengo como 10 o 15 archivadores llenos, por lo tanto usted puede ver ahí entre todos qué libros yo le pude vender...

...nada menos que a Augusto Pinochet. Pero, así como tiene a esa triste figura dentro de sus clientes, también están, como decía antes, esos muchos otros clientes que antes venían a comprar y hoy día el libro está en un momento muy difícil. ¿Cómo ejerce usted su oficio de librero sin perder las ganas en tiempos en que la lectura pareciera ya no ser importante?

Puede que la gente no crea lo que voy a decir pero lo voy a decir igual: yo soy librero porque yo soy feliz entre medio de los libros. Si yo vendo y con eso puedo solucionar los gastos que tengo, yo estoy feliz. No me importa mucho y para eso le voy a contar esta historia: Este libro sobre numismática, sobre monedas romanas, no tiene ninguna venta, no tienen ningún mercado, nadie me los va a comprar. Llegó en un montón de libros, hecho pedazos, sucio, húmedo y yo lo tomé, lo vi y dije: "Un libro que tiene 200 años, que tiene ilustraciones de monedas antiguas, nadie me lo va a comprar pero yo no puedo dejar que se pierda". Entonces, lo mandé a restaurar con cuero, respetando las tapas antiguas. El libro se quedó ahí guardado. Sé que no lo voy a vender...

¿Y cómo sabe, ahora que lo está promoviendo...?

Pero yo, como librero, no podía dejar que se perdiera.

¿Y cómo evalúa usted el oficio de librero hoy? Usted está en el mundo de los libros usados pero también va a otras librerías, mira y recibe las quejas o comentarios que hacen sus clientes cuando visitan otras librerías. ¿Qué ha pasado con el oficio de librero?

Como en todas las cosas, hay de todo. Si yo quisiera realmente ganar plata con la librería compraría libros piratas. Los libreros piratas compran el producto-libro pirata, según he sabido, a mil pesos y se pueden vender a tres, cuatro o seis mil pesos, entre 10 y 20 libros diarios. Entonces, antes eso, lo inteligente sería vender libros pirata, sin embargo, a mí no me interesa, no porque yo sea honesto, no, porque si los libros pirata fueran del tipo La Ética de Spinoza, claro, uno podría entenderlo pero resulta que no, los libros pirata son los best seller, o sea, piratean libros que están en todas las librerías, no hay ninguna ganancia para el público. A propósito de libros pirata, Ortega y Gasset, filósofo español, nos llamaba, a los chilenos, los piratas del Pacífico ¿por qué? Porque todas las editoriales chilenas -no todas pero sí algunas- piratearon las cosas de él y no solo las de él. La generación anterior a la mía y yo también alcancé, pudimos leer a muchos importantes autores solo porque la editorial Cultura, Zig Zag también aunque con otros nombres, Ercilla, pirateaban los libros importantes...

... una tradición de piratería, dice usted.

...Pudimos leer a Stefan Sweig, a Spengler con su Decadencia de Occidente, son cuatro tomitos que editó Panchito Fuentes en su editorial Cultura. Todos esos eran libros piratas pero esos libros piratas no tienen nada que ver con la piratería actual.

Hablemos del oficio de librero. ¿Cómo evalúa usted lo que está pasando con este oficio? ¿Cree usted que hace falta una escuela de libreros como la tiene la industria alemana?

Para mí no es muy buena pregunta porque me cargan las escuelas, las escuelas de cualquier cosa. Yo siempre pienso que el hombre nace con ciertas vocaciones, con ciertos intereses y solito llega a ejercer lo que tiene que ejercer. Por ejemplo, Joaquín Edwards Bello no fue a la escuela de periodismo y muchos otros escritores de la época no fueron a la escuela de periodismo. ¿Cómo nos hicimos muchos libreros chilenos? Tomando los libros que teníamos en la casa o los libros que nos regalaron y poniéndolos en el suelo, en el mercado Persa, y empezamos a vender pero, ¿cómo aprendimos nosotros? Nosotros aprendimos con el cliente, es él quien viene a buscar el libro, el cliente nos habla de los autores, el cliente nos incentiva y, cuando un libro se ha vendido mucho, uno dice: "Y ¿qué pasó con La montaña mágica? Voy a leer La montaña mágica". Y uno va leyendo y va aprendiendo, así se va haciendo el oficio.

Pero para eso hay que tener mucho interés y hay demasiadas librerías que necesitan gente que atienda una librería ¿no cree usted que sería bueno...?

Tenemos un mercado demasiado pobre y demasiado chico. El mercado chileno se satisface con la mitad de las librerías que hay.